La pionera e insuperable obra de Alcide d’Orbigny

Comparto algunos fragmentos del capítulo sobre el viajero D’Orbigny que forma parte de mi Tierra Adentro, Una historia de la Argentina del siglo XIX a través de los ojos de los viajeros (CLIC AQUÍ PARA CONSEGUIRLO):

iorbign001p1

Naturalista, malacólogo, paleontólogo y desde luego explorador. Habiendo apreciado sus mejores páginas, también podemos decir de Alcide d’Orbigny, nacido en Francia el seis de septiembre de 1802, que fue poeta. Su musa fue la naturaleza en estado salvaje, tal como pudo investigarla en el sur de América, seis años antes de que llegara Darwin a bordo del Beagle. D’Orbigny fue un pionero y todos los que lo sucedieron lo tomaron de referencia. Poco hubo que corregirle. Fue uno de los primeros científicos, institucionalmente acreditados, que investigaron la Patagonia, donde descubrió que algunos caracoles eran ciegos. Escribió que las obras de la naturaleza, menos regulares que las del arte, ofrecen un encanto, un atractivo más, precisamente por su salvajismo. Quien no la haya contemplado en su lujo agreste, apenas puede hacerse una idea de su imponencia: frente a ella, el espíritu más impasible y frío se exalta y dirige involuntariamente su pensamiento hacia la divinidad. Y el espíritu de nuestro viajero ni siquiera era frío, ni mucho menos impasible: a su precoz erudición debemos sumarle una proporcional sensibilidad, también ante la naturaleza humana. Pocos viajeros fueron tan respetuosos y de reflexiones tan finas, sobre todo en aquellos años salvajes, cuando las inclemencias de la intemperie competían con las sociales. La vida era muy dura en estos países que no acababan de nacer y que estaban en guerra, siempre a punto de abortarse.

71518621_859961264404608_4130436564998160384_n

……En las primeras páginas de la titánica obra, D’Orbigny defiende y reformula el género de los libros de viaje. Vaticina que ya no estarán en los rincones más oscuros de las bibliotecas, entre las novelas y otras obras de imaginación. Que habrá que superar los prejuicios que los menosprecian, aludiendo a lo poco confiables que puedan ser los datos e impresiones de los viajeros, antiguamente tan exagerados o fabuladores. A partir de ese momento, los libros de viajes asumirán un carácter más serio. Serán fundamentales para la ciencia. Sus autores ya no podrán disparatar ni mentir como antes, sometidos a un público ilustrado y severo, dotado de gran espíritu crítico, incapaz de creer en patagones gigantescos o en criaturas marinas más propias de mitos que de informes objetivos. La obra del propio D’Orbigny será el más acabado ejemplo del reformulado género. Sus lectores ya no serán los ociosos o románticos buscadores de aventuras fabulosas sino hombres ávidos de conocimiento. Y la obra de D’Orbigny, muy a la altura del viaje realizado, es ciertamente extraordinaria, tan pionera como insuperable. Aquí utilizaremos los dos tomos del Viaje por América meridional de la editorial Emecé, año 1998, que recoge las más de mil páginas dedicadas a la Argentina. Destacaremos las dos regiones que exploró más intensamente: la de la provincia de Corrientes y sus expediciones patagónicas.

jaguar-alcide-dorbigny

.

……Corrientes no era la ciudad que suponía sino un pueblo un poco más grande que los demás. No superaba los ocho mil habitantes y ni siquiera estaban asfaltadas las calles principales. Había nada más que un piano y el guaraní se hablaba más que el castellano. Allí conoció a un compatriota, otro de nuestros viajeros, el tan humilde como instruido señor Parchappe, calificado ingeniero, quien lo presentó a don Pedro Ferré, el gobernador. El gobernador lo autorizó a recorrer la provincia, pese a que una ley de proteccionismo comercial se lo prohibía a los extranjeros solteros. Las cosas marchaban bien.

viaje-por-america-meridional-alcide-dorbigny-2-tomos-D_NQ_NP_686710-MLA29480158928_022019-F

.

……El veinticinco de mayo de ese año de 1827 el gobernador quiso introducir una novedad en los festejos patrios: la representación de una tragedia. Los pocos correntinos que conocían el teatro eran los que habían viajado a Buenos Aires. Las mujeres solteras, que por ley tenían prohibido salir de la provincia, verían por primera vez un espectáculo de esa índole. Un orfebre indio se encargó de decorar la sala y el telón, ubicado frente al Cabildo, parecía una tienda de saltimbanquis, aunque dos pilastras representaban un soldado armado y el sol de la república, trazado con poca competencia geométrica. El día esperado se oyeron las campanas y el estruendo de los cañones. Algunos jinetes se destacaban en el juego de la sortija. Dos indios guaraníes, uno encaramado en zancos y el otro con la cara tiznada de negro, divertían a la concurrencia con sus gracias.

71844901_859961194404615_1390976363409702912_n

.

……Todos coincidían en que ese pájaro era un hechicero. Los guaraníes lo llamaban cucu piaye, aunque cada pueblo le ponía un nombre diferente. Revoloteaba entre las elegantes palmeras, los aromos, las acacias y las anchas hojas de algunas higueras. Se movía con ligereza, abriendo su cola marrón moteada de blanco, esfumándose o reapareciendo entre el follaje para entonar su canto lastimero. ¡Era tan agradable la frescura! Tan perfectos, a veces, la quietud y el silencio, apenas interrumpidos por el susurro de las hojas o la corriente del río. Y de repente el canto lúgubre del ñacurutú o el fiel reloj del chajá, que indicaba con precisión la cantidad de horas transcurridas. Al amanecer, hasta el bordoneo de los mosquitos podía convertirse en un canto placentero. 72872268_10157712453539855_1295027532751437824_nNotables lagunas las de Las Ensenadas, algunas límpidas como el cristal y otras pobladas de juncos verdes, todas concurridas por los alegres patos, los principescos cisnes y las bandadas de miles de golondrinas. En los bosques de Itatí los loros viajaban de un árbol al otro entre los gritos de los faisanes. Los monos gritones, con sus roncos y fuertes chillidos, alborotaban el bosque al unísono, guiados por el corifeo, casi siempre un viejo macho, que les daba la señal: quien desconociera el origen de esos ruidos, no hubiera creído que saliera de monos. También abundaban los morenos carpinchos que, ante la proximidad del hombre, levantaban la cabeza y lanzaban un grito que ponía en alerta a toda la comunidad, echándose al agua desde donde parecían seguir vigilando, dejando en la superficie nada más que los ojos y el extremo del hocico. Durante alguna que otra tarde invernal, sobre todo allí donde hubiera dos o tres ranchos de indios, el paisaje inspiraría a cualquier poeta. Y había leyendas como la de la Laguna Brava, morada de un espíritu maligno que, allá por los años de la fundación de Corrientes, engulló la carreta y los bueyes de un hombre que se atrevió a cruzarla de noche, oyéndose todavía, durante el atardecer, el ruido de las ruedas y los mugidos. El naturalista pasaba horas enteras perdido en las espesuras del monte. Algunas veces, nos confiesa, se olvidó del mundo entero, sumido en un ensueño. Aquellos lugares parecían encantados.

71551490_859961214404613_726140753411047424_nTodos los peligros y sufrimientos no eran más que gajes del oficio. La imprudencia enriquecía los tesoros de la ciencia. Además, contaba con los servicios de los indios, que eran excelentes naturalistas. Cuanto más cerca del estado de naturaleza, más observadores. Allí por donde anduviera, lo esperaban los niños para ofrecerle los insectos que le habían cazado. Podían enseñarle lo que no había aprendido en Europa. Una vez, atormentado por el atroz dolor de la picadura de una enorme avispa roja, vio que un indio corrió a recoger las hojas de cierto árbol al que llamaban curupicahí. Las masticó, se las aplicó en la parte irritada, y el dolor desapareció de inmediato. Otra vez, en el Rincón de Valingo, donde la sequía era muy intensa, se quejó de no soportar más la sed. Un indio se echó a reír y, luego de alejarse unos minutos, volvió con una provisión de agua pura y límpida. ¿Dónde pudo conseguirla en medio de esas tierras resecas? Le señaló una planta espinosa de largas hojas, parecida a un cáliz alargado, que conserva el agua de las lluvias. Había que cortar la raíz y verter el contenido. Desde ese momento, el científico supo mitigar las sequías con los servicios de ese cardo bienhechor.

74601275_10157721215429855_8765909400800985088_n

.

……En medio de esas soledades, despejando caminos que no figuran en ningún mapa, quiso conocer a un compatriota suyo que vivía allí desde hacía mucho tiempo. Se asombró cuando estuvo ante un hombre que había olvidado su idioma natal. Tendría alrededor de cincuenta años. Cuando intentaba responder en francés, las palabras salían mezcladas con el castellano y el guaraní, su lengua principal. El agricultor vivía en un ranchito cubierto de palmas, a cargo de una familia mestiza, preponderantemente india. Hacía veinte años que nadie lo consideraba extranjero. El francés que hubo en él ya se había desvanecido. Estaba aislado del mundo y no parecía que se le hubiera perdido nada.

tobaLe interesaba conocer a los indios del Gran Chaco, los tobas, tal como los llamaban los guaraníes, aunque ahora hay que dejar claro el nombre con el que se designan a sí mismos: los qom. D’Orbigny aprovechó todas las ocasiones en las que pudo tomar contacto con ellos. Fue testigo de las visitas que los propios tobas hacían a la ciudad de Corrientes. También se sumó a unos comerciantes para visitarlos en su territorio. El cacique se llamaba Bernardo. Era un anciano que había nacido en una de las extintas misiones jesuíticas, donde lo bautizaron. Su función de cacique implicaba ser un padre de toda la tribu y, además, un jefe militar. También había otra autoridad cuya función equivalía a la de un alcalde. Normalmente era el intérprete, que se encargaba de las cuestiones más políticas. El cacique y el intérprete eran los únicos que hablaban castellano. Los tobas eran robustos, fuertes, musculosos, de piernas gruesas y de piel muy bronceada. De jóvenes presentaban rostros muy redondos y, a medida que crecían, iban sobresaliendo sus marcados pómulos. Tenían los ojos ligeramente inclinados hacia arriba y cabellos largos y negros. Se arrancaban todos los pelos del cuerpo, incluidas las cejas. En general, tenían un carácter indolente y se mostraban apáticos. Pasaban muchas horas y a veces días sentados cerca de sus cabañas. Las mujeres eran más limpias que los hombres porque gustaban de bañarse con frecuencia en los lagos y ríos. Eran, en la región, unos de los pocos que tenían la costumbre de tatuarse. En el caso de las mujeres, los tatuajes indicaban la nubilidad. Se distinguían por ser muy callados. Era normal que dos amigos pasaran muchas horas juntos sin pronunciar una sola palabra. Se incomodaban ante las preguntas del viajero, que considerarían inoportunas o indiscretas, motivo por el que no pudo averiguar muchos detalles sobre sus costumbres: así como hablaban poco entre ellos, enmudecían ante los extranjeros. Su lengua era muy gutural y fue difícil anotar un vocabulario básico. Tanto hombres como mujeres hablaban con voces fuertes y roncas. Sus cabañas, más evolucionadas que las de otras culturas, eran filas de ambientes contiguos donde se alojaban varias familias bajo un mismo techo. Las construían con cañas, al borde de los lagos o ríos. El cacique no tenía una cabaña más distinguida que la de los demás, aunque siempre habitaba la primera de la fila. No guardaban más que las armas y utensilios tales como marmitas de tierra y calabazas. Dormían acostados sobre pieles. Las mujeres tejían ponchos y también hacían vasos de barro. Conservaban una costumbre atroz: deseando tener un único hijo a una edad avanzada, abortaban todos los embarazos anteriores, sin más método que acostarse sobre la espalda y hacerse dar golpes en el vientre, peligrosa práctica que a veces les costaba la vida. Caminaban siempre en fila, uno detrás de otro, los más ancianos adelante y primero los hombres. Nunca iban dos de frente, ni siquiera cuando entraban en un pueblo de calles anchas. Y siempre marchaban con la cabeza baja. El cacique le explicó que los mayores iban delante porque conocían mejor el territorio, impidiendo que se extraviaran. Iban en fila por el hábito de transitar senderitos muy angostos y, si agachaban la cabeza, se debía a la costumbre de atravesar bosques con abundantes dianas y ramas con las que podían golpearse. No construían piraguas, prefiriendo siempre atravesar los ríos a nado. Aunque consumían raíces, la actividad fundamental era la cacería. Uno de ellos propuso al visitante el desafío de arrojar flechas al tronco de un árbol, para competir en puntería. El indio acertó varias veces seguidas y, cuando fue el turno del francés, decidió disparar con el fusil para observar las reacciones. Los perdigones, además de destruir el blanco, mataron a varios pájaros que justo pasaron por allí. El indio quedó estupefacto y quiso saber si esa arma también era capaz de matar al mismo tiempo a varios hombres. Además de los tobas, tuvo la oportunidad de conocer a cuatro hombres de otra cultura, la de los indios lenguas. Tenían un peculiarísimo aspecto. Llevaban los lóbulos de las orejas atravesadas por grandes trozos de madera, que consideraban más bellos cuanto más grandes fueran, de modo que algunos iban con las orejas pendiendo sobre sus hombros. Pero lo que más los distinguía era una abertura transversal sobre la base del labio inferior, de la que sobresalía un tronquito de madera, que también iba agrandándose a medida que lo reemplazaban por uno nuevo. A tal adorno, que parecía una gran lengua, se debía ese nombre con el que fueron llamados por los antiguos conquistadores. D’Orbigny no llegó a saberlo pero indicamos que los indios lenguas, de los que hay dos etnias principales, son pueblos del Chaco Boreal: los enlhet, habitantes del norte, y los del sur que se llaman enxet.

d7d0eea5-5731-4265-976b-2929d27553ae

.

……Carmen de Patagones no era más que un villorrio de tierra arenosa a orillas del Río Negro. Desde la goleta vieron los primeros jardines. Sobre una pendiente, diseminadas a distintas alturas, había un puñado de casitas y, detrás de ellas, se destacaba entre las arenas un fuerte en ruinas que apenas si podía servir de defensa. En la barranca quedaban agujeros que habían sido moradas de antiguos conquistadores. Alrededor del establecimiento no había más que algunos toldos habitados por indios de diversas tribus que decidieron asociarse a los colonos.

carmen de patagones

..

…..Lo primero que recogió fue la elegante y colorida flor de una acacia. Desde un hermoso pétalo amarillo brotaban largas tiras púrpuras. La dibujó de inmediato, imaginándosela en los jardines de Europa, luego de extraer semillas para enviarlas junto a los demás tesoros. Nos extenderíamos demasiado si quisiéramos comentar los hallazgos de flora y fauna patagónicos. Las láminas y descripciones enriquecieron gruesos volúmenes de la obra del naturalista. Los museos de París recibirían ejemplares inéditos de zorros, liebres y, por supuesto, las patagónicas focas, que se aglomeraban ofreciendo ese espectáculo siempre vigente. D’Orbigny exploró los alrededores de Carmen de Patagones, adentrándose todo lo que pudo en aquellas comarcas desconocidas, siendo el primero en mencionar algunos lugares que no figuraban en ningún mapa, como el caso de la Ensenada de Ros.

Dibujo dOrbigny fuerte

detalle orbignyCuando sabían comunicarse en castellano utilizaban metáforas notables. Decían de una mujer que era brava como el ají y, del poder de un cacique, que era grande como una tierra extensa. Bebían largo como un lazo, ya que esa era el arma de mayor longitud. Para señalar la pobreza de un hombre decían que era feo. El hombre fuerte era muy toro. Los perezosos tenían un corazón de pulga. Al hipócrita lo acusaban de tener dos lenguas. Del mismo modo, las personas falsas tenían dos corazones y, aplicando el mismo criterio, daban a entender que alguien era honesto diciendo que tenía un sólo corazón. Abusaban del infinitivo, diciendo de tal cosa que no tener o no querer.

image_content_9980388_20180809041605

.

……Creían en una divinidad que era un genio del bien y del mal al mismo tiempo, aunque el mal era lo que prevalecía. Podía tanto castigar como recompensar. Achekelzat-kanet, según sus anotaciones, y esta creencia era compartida por las culturas vecinas, llamándola gualichu los puelches y los mapuches quecubu. Se trata, en efecto, del gualicho. Lo conjuraban en una ceremonia especial presidida por una india vieja, hechicera o adivina, que intercedía entre el espíritu y los hombres. La hechicera se ponía de espaldas a un círculo de indios y, mirando hacia su toldo, donde tenía calabazas y otros objetos, cantaba, gesticulaba y hablaba con distintas voces. Pedía al espíritu que fuera benevolente. Al final del ritual elevaba los ojos al cielo, se descomponía y parecía quedar poseída, retorciendo los miembros y emitiendo sonidos extraños.

descarga

….Sabían mucho sobre las estrellas. En sus vidas nómades, errantes, pasaban muchas noches en marcha, contemplándolas atentamente. Conocían muy bien sus direcciones y las horas en las que aparecían. Tenían un nombre para cada grupo o punto de las constelaciones que les impresionara. La Vía Láctea representaba a un indio viejo cazando un avestruz. Las Tres Marías eran boleadoras y la Cruz del Sur las patas de un pájaro. Las manchas australes figuraban un conjunto de plumas. Se burlaban de cualquier viajero que consultase una brújula, considerándola innecesaria.

cruz-de-sur-web

.

……No pudo resistir la tentación de visitar el Árbol del Gualicho. Era un lugar célebre y reverenciado por todas las tribus de la región. Supieron que estaban cerca cuando aparecieron unos pozos que se cavaban para acumular agua, allí donde el curso del Río Colorado quedaba seco. Misterioso, objeto de culto de todos los lugareños, era el único árbol que, rodeado de zarzales, podía apreciarse en medio de una desolada travesía. ¿Cómo podría no ser sagrado? Era un algarrobo tortuoso y espinoso, de copa ancha y redonda. Su tronco, carcomido por los años, era grueso, nudoso y con el centro hueco. El Árbol del Gualicho estaba cubierto de ofrendas: ningún indio pasaba por allí sin dejar alguna cosa. De las ramas pendían mantas, ponchos e hilos de todos los colores. En el tronco había tabaco, papeles y todo tipo de baratijas. También abundaban los esqueletos de los caballos sacrificados, que era la mayor ofrenda que podía hacerse. El viajero acampó al pie del algarrobo, pese al terror del guía, que no durmió en toda la noche, temiendo sufrir el ataque de los indios o el del mismo diablo.

916

.

……Los mapuches clavaban sus lanzas en la puerta de los toldos, siempre abiertos hacia el este. Las de los jefes estaban empenachadas y cubiertas con un cuero rojo. Se suponían muy por encima de los cristianos, a quienes trataban con altanería. Destacaremos, sobre ellos, la importancia que le daban al arte de la oratoria. El don de la palabra, atributo de poder, era tan importante como el del coraje. Se expresaban con ideas claras y argumentos sólidos. Era un lenguaje lleno de poesía, en donde abundaban las comparaciones de buen criterio y las arengas. Era un espectáculo observarlos durante un parlamento, tomando nota de las inflexiones de la voz. El discurso comenzaba en elevado tono, subrayando bien cada palabra. Cada frase se entonaba con determinadas variaciones y terminaba en canto. Podían hablar durante media hora sin vacilar, manteniendo un aire de dignidad imperturbable.

Portrait_of_Alcide_dOrbigny

…….El valor del fuego es un conocimiento superior a cualquiera de los que pueda brindar la ciencia. Para saberlo hace falta pasar varios meses a la intemperie. Hay que haberlo apreciado entre los indios para conocer el efecto que produce nada más que el verlo arder durante la noche, cuando hace frío o llueve. El fuego es tan necesario para la vida como el alimento. Los viajeros lo acarician. Rodeándolo, olvidan las fatigas y las penas. Así ha sido en todos los países y todos los tiempos: el fuego, en una palabra, es el amigo del hombre, tanto del rico como del pobre.

fondoff