Las aventuras del doctor Henry Armaignac en la Argentina de Sarmiento

Comparto algunos fragmentos del capítulo sobre el viajero Armaignac que forma parte de mi Tierra Adentro, Una historia de la Argentina del siglo XIX a través de los ojos de los viajeros:

El doctor Henry Armaignac se embarcó en el Saint Jacques el séptimo día de noviembre de 1868. El velero, que llevaba doscientos sesenta pasajeros, partió de Burdeos con rumbo a Buenos Aires. Aquellos viajes eran extensas odiseas atlánticas en donde iba toda una Babel a bordo. Durante el trayecto nació una persona y murió otra, de modo que un mes y medio después, recién el veintiuno de diciembre, la misma cantidad de pasajeros llegó al faro de Maldonado, que anunciaba el Río de la Plata.

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.Acababa de asumir el presidente Sarmiento. Y el doctor se topó enseguida con la mentada barbarie que todo francés culto esperaba observar en esas emergentes regiones de América. Había leído libros en los que algunos compatriotas suyos hablaban sobre la misma experiencia: el conde d’Ursel, el caricaturista Essex Vidal y el naturalista D’Orbigny. ¡Buenos Aires cambiaba tanto! La ciudad que vería sería muy diferente a la de cualquier viajero que la hubiese visitado veinte años antes. 

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El tren llegaba hasta Chascomús. Iba en el compartimiento con unos criollos que se burlaban de su insuficiente español. También había un viejo estanciero que interrumpía sus pocas y sentenciosas frases con un movimiento de laringe, seguido de un ruido gutural que le causaba asco. Luego de dos días en esa aldea de pocos ranchos que era Chascomús, por fin subió a la enorme galera tirada por ocho caballos. Recién ahí, con la fatiga de esas pobres bestias sudorosas que llegaban al relevo chorreando sangre, empezó el verdadero viaje.

entre 1860 y 63

.El doctor Armaignac fue uno de los sobrevivientes de la Comisión Popular. Recién en el mes de julio la epidemia había cesado completamente y los porteños habían regresado a sus hogares. Buenos Aires seguía teniendo un aspecto lúgubre por la cantidad de personas que vestían de luto. Para solidarizarse con el común de la sociedad, también iban de negro los que no habían sufrido pérdidas.

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….Henry Armaignac le dedicó a la figura del gaucho los más preciosos párrafos de su relato. Exaltó el espíritu poético de los payadores. ¿De dónde viene, se pregunta, ese genio poético que parece innato, y que ninguna cultura intelectual ha depurado jamás? En ese mismo momento José Hernández acababa de publicar el Martín Fierro, de modo que una cultura intelectual depuraba ese espíritu poético, precisamente mientras el viajero reflexionaba sobre tan llamativo fenómeno. Los gauchos, concluye, se convierten en poetas gracias a su intensa convivencia con esa naturaleza imponente. Aprenden la prosodia y armonía de ese gran libro siempre abierto, de la contemplación del infinito y de las estrellas, que tantas noches son el único techo con el que cuentan. Sus vidas, llenas de días similares a esos arroyos silenciosos, sin árboles que surquen la vasta llanura, adquieren la sensibilidad propia de las almas sencillas pero profundas. De ahí proviene la melancolía o la dulce tristeza de sus cantos. Así se forma el alma de poeta que vibra bajo el raído poncho, derramando esas cadencias tan difíciles de imitar para quienes no hayan nacido en esas soledades, por buenos músicos o cultos artistas que fueran. El gaucho, espíritu soñador y melancólico, sabe expresar en un lenguaje simple y armonioso los más elevados pensamientos.

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Las inhumaciones eran tan precipitadas que se cometían macabros errores. Más de un moribundo fue depositado dentro de su féretro porque lo dieron por muerto. El doctor vio a un individuo volver a pie del cementerio: había recobrado el conocimiento justo cuando bajaban el ataúd de la carreta. En uno de los tantos viajes hacia el cementerio, un carretero sintió que le tiraban del poncho. La mano salía de un cajón roto, lo cual era habitual, ya que los fabricantes, muy oportunistas, se apresuraban a vender al doble de su precio ataúdes tan precarios que ni siquiera estaban terminados. El carretero saltó del carro y se echó a correr, enloquecido de terror. Tuvieron que internarlo en el asilo.

El doctor Armaignac fue uno de los sobrevivientes de la Comisión Popular. Recién en el mes de julio la epidemia había cesado completamente y los porteños habían regresado a sus hogares. Buenos Aires seguía teniendo un aspecto lúgubre por la cantidad de personas que vestían de luto. Para solidarizarse con el común de la sociedad, también iban de negro los que no habían sufrido pérdidas.

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Coronel Borges

Cuando el doctor llegó a Junín, lo primero que hizo fue entrevistarse con el coronel Francisco Borges, distinguido oficial del que se haría amigo. El abuelo del autor de La noche de los dones le proporcionó escolta y caballos para que se trasladase al Fuerte Lavalle. Puso a su disposición la casa que tenía en Junín, para que pasara algunos días cuando necesitara descansar de la frontera.  El coronel era un gran jugador de ajedrez y, cada vez que recibía la visita del doctor, pasaban largas horas frente al tablero. A veces salían a cazar o daban algún paseo a caballo o en coche.

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