El romanticismo del fracaso en los apuntes de Francis Bond Head

…..Comparto algunos fragmentos del capítulo sobre el viajero ABond Head que forma parte de mi Tierra Adentro, Una historia de la Argentina del siglo XIX a través de los ojos de los viajeros (CLIC AQUÍ PARA CONSEGUIRLO):

Así son las cosas, a mediados de 1825, en el matadero de Buenos Aires. ¿Será así la vida? ¿Así resolverán los asuntos del país? El extranjero escribe unos ligeros apuntes sobre la escena que acaba de presenciar. Los usará para editar un libro que tendrá muchísima repercusión. Es un ingeniero de minas del ejército británico, tiene treinta y dos años y se llama Francis Bond Head.

    John Murray, el importante editor que en 1812 había publicado el Childe Harold de Lord Byron, se encargó de presentarle al público el relato de viajes de Bond Head: Rough Notes Taken during some Rapid Journeys across the Pampas and among the Andes. El traductor Carlos Aldao lo convirtió en Las pampas y los andes. Dentro de nuestro género, conformado por relatos tan poco conocidos, a veces ni siquiera traducidos, las galopeadas de Bond Head son lo más parecido que hay a un clásico. John Robertson, uno de los viajeros más célebres, lo constata en la carta XV de sus memorias: ¿Quién no ha leído el libro del capitán Bond Head? Darwin, que lo llevó bajo el brazo durante sus días de mar a bordo del Beagle, fue uno de sus más ilustres lectores.

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…….Todavía no cicatrizaban las heridas de los soldados que lucharon por la independencia cuando Bond Head, rabiando contra la desidia de Rivadavia, emprendió la galope la empresa de inspeccionar las minas de Argentina y Chile. Malos tiempos para hacer negocios. ¡Las reglas cambiaban todo el tiempo! Imprevistas revoluciones hacían desaparecer los gobiernos o individuos con los que uno había hecho un trato. Siempre podía pasar lo mismo que a cierto hombre que, años atrás, había viajado a Buenos Aires para emprender un negocio con el cabildo y, nada más llegar, se encontró con que el cabildo acababa de desaparecer. Al propio Bond Head le habían dado, para que le entregara al gobernador de San Juan, una copia de la Carta de Mayo que garantizaba la libertad de cultos, para que no tuviera problemas con la iglesia. Menos mal que no pudo llegar a esas clericales comarcas porque, justo en esos días, los alzados sacerdotes habían apresado y encarcelado al gobernador, festejando la hazaña con una hoguera donde echaron todos los ejemplares de esa carta. 

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Cada vez que entraba en el rancho de una familia gaucha no podía saber cuánta gente encontraría dentro. Debajo de oscuros bultos descansaba una anciana o un perro perezoso. Alguna vez le pisó la cabeza a una bonita joven, que emergía de la tierra con una sonrisa, preguntando si necesitaba algo. En otra ocasión, mientras se creía solo frente al fogón, aparecieron de golpe dos negritos, que se habían arrastrado por debajo de las jergas. Una mañana lo despertó el gallo, pero porque le había saltado encima, para empezar a cantar desde el escenario de su espalda. Ahí mismo, en la única habitación atestada de lazos colgantes, sin más asientos que dos o tres cráneos de caballo, dormía en invierno la familia entera, todos mezclados. En verano dormían afuera porque los ranchos, además de las pulgas, se llenaban de vinchucas.

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…..El carruaje, tirado por seis caballos con sus respectivos jinetes, tenía que atravesar alguna laguna y varios arroyos que, en Europa, cualquier capitán de una tropa hubiera declarado infranqueables. También es cierto que en Europa esa manera de galopar la considerarían demasiado brutal. Los peones quedaban con las espuelas y las piernas literalmente bañadas de sangre. Pero así había que proceder para lidiar con la Pampa. Y desde luego que sus destrezas eran admirables. Conducían al galope ese carruaje que llevaba dos mil quinientas libras de herramientas. Si a un jinete se le caía algo desensillaba a toda velocidad, volvía a recoger lo que fuera y, en un minuto, se reincorporaba al carruaje. De pronto un mestizo soltaba las riendas y sacaba del bolsillo una tabaquera con picadura. Así nomás, al galope, armaba un cigarrillo y lo encendía junto al yesquero. ¡Ah, mi patrón!, le gritaban al gringo cuando le pasaban por al lado, siempre muy atrevidos. ¡Qué hombres!

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  …..El minero entró en la posta. ¿Hay fonda? No señor, no hay. ¿Hay café? ¿Alguna cama? No señor, no hay. Paredes peladas y pulgas. Fue una suerte que el maestro de posta, a duras penas, le consiguiera carne de vaca y una gallina, que le entregó una muchacha luego de sacarla de una frazada vieja que le cubría los hombros. Y a eso le llamaron tener de todo. Su única satisfacción la tuvo cuando, en las minas de La Carolina, encontró algunas partículas de oro en los jardines de miserables pobladores. Se las quiso comprar con monedas de cuatro duros pero no las aceptaron. El dinero no les servía, por mucho que fuera de uso habitual en el país. Bond Head admitió que tenían razón. ¿Qué iban a hacer con dinero en medio de una llanura sin tiendas? La misión andaba con complicaciones.

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Plaza Mayor de Mendoza por Anton Goering

…..Santa Fe era un territorio salvaje. A la gente le daba miedo vivir allí. Además de los ranchos, los indios habían quemado las postas e incluso los fortines con los que alguna vez intentaron contenerlos. Innumerables saqueos habían extinguido el ganado. Atravesó esas tierras desoladas con un postillón llamado Pizarro, un servicial moreno al que los indios le habían matado los padres. El muchacho venía con un amigo que se llamaba Cruz. Todas las noches el joven postillón dormía a la intemperie, junto a una de las grandes ruedas del carruaje. Era tan atento que cada mañana tenía lista el agua que, por poca que fuera, siempre se las arreglaba para conseguirla, apercibido del gusto que le daba al patrón ese lujo de lavarse. A veces se la traía en una salsera y otras dentro del mate.

indio sobre el caballo oteando el horizonte

…..A los indios de la Pampa les dedicó un capítulo entero. Allí leemos una frase magnífica: lo mismo se intentaría subyugar las golondrinas del campo que hacer mal a esos guerreros desnudos. Le habrá salido así, tan pomposa, porque también fueron magníficos sus sentimientos. A pesar de haber visto la desolación que dejaban los indios en las llanuras, arrasando ranchos y vidas de sus enemigos cristianos, los consideró dignos de admiración. No pudo conocerlos. No tuvo, como otros viajeros, una experiencia relevante con ellos. Lamentó no haber podido tirar la ropa para visitar alguna tribu. Le pareció penoso, y con razón, que aún no existiera una buena descripción de los indios. Habló mucho con algunos de los gauchos que, en lugar de guerrear, convivieron con ellos. Y acabó opinando, admirador como era de la virilidad, que los indios son los más lindos hombres que han existido en el ambiente que los rodea. No supo distinguir diversas tribus. Habló de los indios de la Pampa en términos generales. Los consideró vigorosos prójimos del hombre civilizado, lamentando los sufrimientos que debían padecer, siendo una raza tan desgraciada. Se sonrojó ante una comparación entre esos guerreros de lanza y una tropa europea en la que los hombres, arrastrándose por callejuelas, encorvados bajo el peso de sus pertrechos, suelen presentar un espectáculo lastimoso. Los indios, al contrario, pelean con el sistema más noble y vigoroso, acostumbrados a dormir en cualquier lado, sabiendo satisfacer sus necesidades con los recursos más sencillos, y si hiciera falta, siempre dispuestos a arremeter, con sus vibratorias lanzas, montando en pelo y con talante eufórico. ¡Un verdadero espectáculo de coraje y altivez guerrera! Sería difícil, para un ejército europeo, combatir contra una fuerza tan aérea. Para los indios, obligados a ser guerreros, la guerra es la más noble ocupación de la vida. No concebían nada más soberbio que la figura de un jinete, agachado en el caballo, en el momento de atropellar al enemigo. También anotó en sus apuntes que, cuando avanzan por la noche, apuntan sus lanzas a las constelaciones en donde moran sus antepasados, con quienes podrán reunirse para seguir galopando en el firmamento, donde hay caballos más veloces que el viento. Esta visión respetuosa y romántica de los indios lo llevó al extremo de imaginar una posibilidad asombrosa: que alguna vez los indios arremetan contra el engreído mundo civilizado, al que le harán pagar por todos sus pecados. La gran hora del desquite. Los europeos, pisoteados, tendrán que rogarles misericordia a esos guerreros desnudos a los que tanto habían menospreciado.

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…..Sí señor, las vizcachas. Ese sería el tema sobre el que informaría a los inversoresingleses. Y nadie se ría, que las vizcachas son los animales más serios que existen. Es muy difícil verlas durante el día. Sus cuevas, que conforman pequeñas aldeas, están diseminadas por toda la Pampa. Cuando atardece asoman sus cabezas de enormes bigotes tupidos. Se sientan fuera de las cuevas y parecieran filosofar. Siempre tienen cerca a una o dos lechuzas, solemnes centinelas, que se mantienen firmes en sus puestos. Nadie sabe de qué hablan pero está claro que son ellas quienes mandan. Hacen rodar los caballos de los indios y los de los inversores británicos. Sí, sobre eso escribiría. Sobre las vizcachas, los gauchos, los indios, los bebés recién nacidos y muertos a medio enterrar y sobre ese hombre en medio de una llanura sin médicos mirándose un dedo fracturado. 

francis

14 comentarios en “El romanticismo del fracaso en los apuntes de Francis Bond Head

    1. Sí, el libro de Head fue lo más parecido a un «Best seller» dentro del género de viajes. Lo leyó todo el mundo. Sarmiento mismo lo cita -aunque mal- en el Facundo como referencia para La Pampa, y sirvió de inspiración para que otros viajeros hagan su aporte. Sabía que Darwin lo había leído.

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