El coronel García y el estanciero Ramos Mejía, soñadores de una patria que no pudo ser

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………..Gobernaba Cornelio Saavedra. Era la época de la Primera Junta. Pedro Andrés García nació el veinticinco de abril de 1758 en Cantabria y, a los dieciocho años, con el grado de alférez, se incorporó en la expedición del ilustre Pedro de Cevallos, instalándose en el Virreinato del Río de la Plata. Además de militar, fue uno de nuestros primeros geógrafos. Se lo considera el primer español que dejó sus huellas en el Golfo San José de la actual Chubut. Al frente del Batallón de Cántabros, muy elogiado por Manuel Belgrano, demostró su valor durante las invasiones inglesas, replegando la columna del General Craufurd. Y después adhirió a la causa patriota. El quince de junio de 1810, apenas veinte días después de la Revolución de Mayo, la Primera Junta lo puso al frente de una misión. Se trataba de un viaje muy riesgoso que los españoles realizaban desde mediados del siglo anterior y que tuvieron que continuar los patriotas.

………..Las Salinas Grandes, ubicadas entre Buenos Aires y la actual provincia de La Pampa, eran el riquísimo yacimiento que aprovisionaba de sal a los porteños. No era un territorio deshabitado. Todo lo contrario: merodeaban por esa región las errantes tribus aborígenes. Los españoles jamás pudieron cargar sus carretas sin lidiar con tehuelches, mapuches y ranqueles. Era una travesía de seiscientos kilómetros durante la que había que someterse a las condiciones que impusieran los caciques. Hacia allí fue el coronel García con sus pocos y mal armados hombres. El objetivo no se limitaba a las fanegas de sal. También era importante explorar la región y entablar alianzas. Entre el fortín Cruz de Guerra y la laguna Cabeza de Buey lo esperaban los caciques Lincon, Epumer, Quintelén, Meucal, Leymú y Millapué. Después de las lagunas del Monte y de los Paraguayos, Antenao. Finalmente, ya en las salinas, se sumarán al parlamento Antimán, Coliqueo, Victoriano, Quintelén y el exaltado Carripilún, principal cacique ranquel. Algunos les brindarán su apoyo y otros querrán recibirlo a punta de lanza.

………..El coronel Pedro Andrés García escribió que la única patria posible era aquella que integrara a los indios. Cristianos e indios debían conformar una única familia. Más adelante, quizá a partir de la segunda o tercera generación, las sangres correrán mezcladas a través de las mismas venas y los espíritus, ya libres de divisiones, se elevarán hacia las mismas metas de prosperidad, compartiendo incluso la misma lengua y religión.

………La expedición del coronel García partió el veintiuno de octubre de 1810 y duró dos meses. Durante la aventura gozó del favor de los caciques amigos, principalmente Epumer, Victoriano y Quintelén, y padeció el rechazo de caciques que le fueron hostiles o ambivalentes, tal el caso de Lincon. El principal problema fueron los ranqueles, irreductibles enemigos de Buenos Aires. Cuando llegaba una delegación, le daban la bienvenida al cacique con una salva de cuatro cañonazos. A los indios les encantaba el cumplido y, además, creían que esas explosiones espantaban a las brujas y a los malos espíritus.

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…..¿Quiénes eran los dueños de esas tierras? He aquí un tema a debatir en los parlamentos. No era un asunto sencillo. El coronel García tuvo que oír las arengas de diferentes caciques que se consideraban dueños de las Salinas Grandes.

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……Francisco Hermógenes Ramos Mejía, entre sus amigos don Pancho, descendía de una familia española instalada en América desde 1749. Nació en Buenos Aires en 1773. Al igual que su padre andaluz, fue regidor del Cabildo. También se desempeñó en el Alto Perú. Su esposa, María Antonia Segurola, la madre de sus siete hijos, fue la hija del gobernador de La Paz que sofocó la rebelión de Tupac Amaru con una crueldad indescriptible. Su hermano Ildefonso, destacado patriota al servicio del general Belgrano, fue el quinto gobernador de Buenos Aires. Sin embargo, don Francisco jamás se pareció a los hombres de su clase y fortuna. Esa disidencia no se limitó a su adhesión a la Revolución de Mayo, con la que colaboró financiando ejércitos. Tampoco fue un hombre al que podamos encasillar en las ideas y procederes habituales de los patriotas. En realidad, su reino no era de este mundo.

A Francisco Ramos Mejía no le interesaba habitar su cómoda y portentosa estancia de los Tapiales. Su espíritu lo llevó a orillas de la laguna Kakel Huincul, ciento treinta kilómetros Tierra Adentro desde el río Salado, actual ciudad de Maipú. No había en esa región más presencia cristiana que el cuerpo de blandengues del capitán Manuel Lara y la recién fundada Dolores. Una vez en los pagos del Tuyú, llegó a un paraje llamado Monsalto y procedió de una manera insólita que a nadie se le hubiera ocurrido. Convocó a los caciques de la región y, reconociéndolos como los verdaderos dueños de esas tierras, los trató con respeto y les hizo la oferta de comprárselas. Lo que a nadie se le había ocurrido fue un éxito.

¿Sobre la base de qué ideales se abrió en Miraflores un camino tan diferente hacia una patria más justa? Esta es una de las preguntas que intentó responder Juan Carlos Priora, un historiador de la Universidad Adventista del Plata que se consagró a rescatar la figura de Ramos Mejía. En su Don Francisco Hermógenes Ramos Mexía, valiosa obra publicada en el año 2008, nos informa que el estanciero fue partidario de una doctrina imposible de encasillar.

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…..Instalado en aquellas soledades, siempre rodeado de gauchos e indios a los que consideraba sus hermanos y que vivían con tanta sencillez como los campesinos de la antigua Palestina, nuestro estanciero predicó la hermandad y el amor al prójimo, imbuido de un espíritu similar al de los primeros cristianos que, siempre perseguidos, todavía libres del envilecimiento institucional de una consolidada iglesia, consumaron la proeza de ser consecuentes con el revolucionario mensaje evangélico. Así de simple y así de insólito.

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El siete de marzo de 1820 se firmó el Tratado de Paz de Miraflores. Ramos Mejía fue el mediador entre el gobierno y los caciques con los que convivía, principalmente Ancafilú, Trirnin, Tucumán, Antonio Grande, Pichiman, Landao y otros que representaban a las tribus de Chapaleufú y Tandil. Sin embargo, los variados conflictos de la época trastornaron la frontera. Cuando el general chileno José Miguel Carrera encabezó malones tan violentos como los que destruyeron Salto, Rojas y Lobos, las autoridades aprovecharon para implicar a los caciques amigos de Ramos Mejía, acusándolos de violar el tratado.

Y allí se quedó, con su Biblia y sus indios, proscrito de una historia que decidiría resolver todos los problemas sin más lenguaje que el de la violencia. En efecto, la vida de este hombre tan entrañable no llenó ninguna página de los manuales de historia. El bronce se reservó para las figuras de la Campaña del Desierto.

Los proyectos de Ramos Mejía y del coronel García quedaron en el olvido. Ambos habían demostrado que, pese a las dificultades, era posible dialogar, pactar e incluso convivir con los indios. Pero esas políticas de la afamada civilización que convirtieron a Martín Fierro en un malevo, ya marcaban el terreno desde la época de Rivadavia, convirtiendo en maloneros incluso a los indios que se habían dispuesto a convivir en paz con los cristianos.

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