William Yates y los estrellados caminos del general Carrera

Comparto algunos fragmentos del capítulo sobre los Carrera que forma parte de mi Tierra Adentro, Una historia de la Argentina del siglo XIX a través de los ojos de los viajeros (CLIC AQUÍ PARA CONSEGUIRLO):

………¿Por dónde empezar a la hora de hablar sobre la familia Carrera? Los hermanos Carrera nos incitan a una adjetivación excesiva. Es que todo, en ellos, fue desmesurado. Han sido heroicos y dementes, admirables y repulsivos. Les temieron tanto como les tuvieron lástima. Y, desde luego, los amaron y odiaron. Han sido mucho más que controvertidos. Resultan desquiciantes. Hay una cosa, una sola dentro de este carrerista laberinto de insensateces en la que todos podríamos estar de acuerdo. Los Carrera vivieron y murieron a lo grande. Grandes fueron sus buenas y sus malas cualidades. Grandes héroes desde la óptica de sus panegiristas o grandemente nefastos según sus detractores.

………José Miguel Carrera, también conocido como el Príncipe de los caminos, fue uno de los personajes más importantes de la independencia chilena. Hizo su carrera militar en España, combatiendo contra las tropas de Napoleón. Volvió a Chile en 1811, decidido a sumarse a la causa revolucionaria. Era valiente y suponemos que de una personalidad muy seductora. En pocos días se convirtió en el representante del sector más radical de la revolución. Derrocó a la Junta Ejecutiva, de tendencias todavía monárquicas, para presidir una dictadura desde la que impuso sus ideas liberales, combatiendo tanto a los realistas como a sus adversarios internos. Diseñó una bandera, fundó un periódico y dispuso un reglamento constitucional. Era la época que los chilenos recuerdan como la Patria Vieja, que se prolongó hasta el primer acontecimiento que signó el destino de los Carrera, la derrota de Rancagua.

………Los derrotados llegaron a Mendoza. El gobernador San Martín ordenó que los Carrera y sus adeptos se trasladasen hacia Buenos Aires. Los emigrados chilenos alborotaron el país. A fines de diciembre de 1814, Luis Carrera mató en duelo al general Mackenna, abuelo de Benjamín Vicuña, uno de nuestros viajeros quien, a pesar de esto, se convirtió con El ostracismo de los Carrera en uno de los historiadores que reivindicaron a la familia. Desde su llegada a Buenos Aires, empezaron a tramar un sinfín de conspiraciones. Javiera convirtió su residencia porteña en un nido de intrigas.

……..El veinticinco de febrero de 1818 los hermanos Luís y Juan José Carrera fueron fusilados en la plaza de Mendoza. Habían partido desde Buenos Aires, disfrazados y con nombres falsos. Profanaron las cartas de un correo con el que se cruzaron y los detuvieron en San Luís. Bernardo Monteagudo aceleró el proceso para que les sentencien la pena capital. Al contrario de lo que predicarán los carreristas, no fue San Martín el responsable de esas muertes. Todo lo contrario. Siempre sensato, San Martín intercedió mediante O’Higgins para que los absuelvan, pero esa orden llegó tarde. La muerte de sus hermanos desquició del todo a José Miguel. Desde ese momento, no tuvo más patria ni ideales que la venganza.

………Sabemos muy poco sobre William Yates. Apenas podemos referir lo fundamental: fue un oficial irlandés que sirvió a las órdenes de José Miguel Carrera durante las guerras civiles de 1820 y 1821. Escribió sobre los hechos un relato breve al que le puso un título extenso: A brief Relation of Facts and circumstances connected whith the Family of the Carreras in Chile; with some Account of the last Expedition of Brigadier General Don José Miguel Carrera. La primera vez que hubo noticias sobre ese relato fue en 1824, cuando la primera edición del Diario de la viajera inglesa María Graham lo reprodujo en un apéndice. Bartolomé Mitre y Benjamín Vicuña Mackenna lo utilizaron para documentar sus parcialísimas versiones de la historia.

………La editorial Solar publicó en 1941 el José Miguel Carrera por William Yates que tradujo Busaniche. Hay una detallada introducción que nos advierte que Yates fue un incondicional aliado de Carrera y, por lo tanto, su versión de los hechos es muy digna de ese posicionamiento. Cuesta mucho leer una sola página sin padecer los profusos errores y las risibles justificaciones del chileno. Busaniche se abstuvo de traducir las primeras dieciocho páginas, que tratan sobre la vida de Carrera en Chile y su viaje a los Estados Unidos, episodios que Yates conocía nada más que de oídas. Los errores históricos son tantos, y tan groseros, que las notas al pie hubieran sido más extensas que el texto. Las páginas en las que el viajero se refiere a los hechos de los que fue testigo son más amenas y, pese a todo, interesantes. Sin embargo, las distorsiones de los acontecimientos continúan estragando la obra.

………El relato de Yates se suma a otros tantos del género que, a pesar de sus deficiencias, aporta datos de color dignos de rescatarse. Por ejemplo, en el décimo capítulo nos cuenta que Carrera ingresó en un rancho de San Luís presentándose como un oficial mendocino. La mujer que lo recibió le dijo que Carrera podía llegar en cualquier momento y que, a pesar de sus pocos soldados, a la hora de combatir murmuraba ciertas imprecaciones extrayendo de su bolsillo un papel blanco que arrojaba al aire. Y entonces empezaban a brotar desde la tierra los soldados que le enviaba el demonio. En efecto, los paisanos suponían que Carrera, con sus escasas fuerzas, lograba sus victorias porque se había aliado a espíritus malignos.

Ahora marcha hacia el banquillo Tras el redoble del tambor dos tiros le atraviesan el corazón y otros dos impactan en pleno rostro. Su cabeza y un brazo quedarán colgados del arco del Cabildo. Nuestro diplomático John Forbes informó en una de sus cartas que el cadáver fue repugnantemente mutilado y que se remitió el brazo derecho a Córdoba y el izquierdo a San Luís. Esos restos, todavía errantes, irán de aquí para allá por los tortuosos caminos de la historia hasta repatriarse, por fin, en la Catedral Metropolitana de Santiago. Doña Javiera Carrera Verdugo, la mayor del clan, un poco la madre de sus hermanos y, para muchos, la de la misma patria, vivió recluida y rodeada de fantasmas, por momentos con una tristeza que rozaba la locura, hasta los ochenta y un años.