La poesía de José Cereijo

Tuve el gusto de leer la obra completa del poeta español José Cereijo durante el año 2013, residiendo en Madrid. Y ahora lo elijo para que sea el primero de los escritores contemporáneos que tengan su espacio en Fuego Sagrado.

      Mi opinión es que se trata de uno de los mejores poetas actuales de España.

     La grandeza de su poesía es equivalente a la humildad del autor y a la injusticia de que no sea tan conocido como merece.

       Nació en 1957 en Redondela pero vive en Madrid desde 1968. Su vida está entregada a la literatura. No conocí a nadie tan consagrado a una rutina literaria de leer y escribir. Su poesía, de aparente sencillez, es un ejemplo de laboriosidad y refinamiento. Con las palabras y las situaciones más sencillas cala hondo en la universalidad. Logra la calidad poética con la amenidad.

      Publicó, hasta ahora, Límites (Talavera de la Reina, 1994), Las trampas del tiempo (Hiperión, 1997), La amistad silenciosa de la luna (Pre-Textos, 2003), Apariencias (Renacimiento, 2005), Música para sueños (Pre-Textos, 2007), Antología Personal (Polibea, 2011) y Los dones del otoño (Pre-Textos, 2015).

     Comparto algunos de sus poemas y luego un texto que escribí una de esas tantas tardes que compartí con el poeta en su casa de Villaverde Bajo.

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LA APARICIÓN

La miras: es la misma. Sigue siendo
aquella adolescente luminosa,
aquella aparición que deslumbraba
tus ojos hasta el fondo.
Lo sigue siendo aún. Y cada gesto
aún repite el prodigio, y lo renueva,
después de tantos años. Solitaria,
camina entre la gente, y se diría
que encuentran natural el que entre ellos
pase un milagro así. Tú, que lo sabes,
dejas paso y adoras, en silencio.
Y ella calla también. ¿Pueden los dioses
no saber que lo son?

 

ADOLESCENCIA

Ardes en una llama
tan hermosa y secreta que, quizá sin saberlo,
tienes miedo de que, cuando la entregues,
te la cambie la vida, y no la reconozcas.
Pero así debe ser, es mi consejo. Espera.
Mientras puedas aún, disfrútala en silencio.
Podrás quizá tener, más adelante,
cuerpos, almas, saberes que llenen una vida
(perfecta recompensa, no indigna de los dioses).

Esa pureza y ese fuego, nunca.

 

EL DOLOR

El dolor es persona muy discreta.
Si quieres conocerlo, saber
algo sobre él, sobre sus motivos, sobre
la significación de su visita,
se esconde
detrás de sus brutales servidores,
y no da respuestas. Se siente, sin embargo,
su peso, su consistencia interior; que tiene
mucho para decir, y que incluso lo diría si pudiera,
si pudiera.

 

SÉ PACIENTE

Sé paciente. La vida
no entrega su secreto
a los que la tratan con brutalidad, a los que se jactan,
a los que no saben escucharla,
demasiado ocupados de sí mismos.
Ella
es discreta siempre, y no por vanidad
o cálculo, sino porque sólo en ese tono
puede decirse lo que importa. Es
desconfiada, y no se deja sorprender, y huye
no sólo ante la mano torpe del cazador,
sino ante la avaricia
irredimible del que la observa.
Sólo
a quien sabe callarse largamente, hacerse parte
de su ritmo sereno,
despreocupado y creador, lo acoge
en su confianza, se le revela
respetuosa y dulcemente alegre,
e incluso alguna vez, alguna rara vez, desnuda,
íntima.

 

YA ERES MAYOR

Ya eres mayor de lo que era tu padre cuando murió.
Es extraño pensar que él es, y lo será ya siempre,
más joven que tú mismo. Te sorprendes a veces
ante ciertas cosas, pensando cómo se lo habría tomado él,
qué hubiera tenido para decirte; y te estremece pensar que, por edad,
hubieras podido sentirte incluso, alguna vez, un poco por encima,
con una autoridad benévola de hermano algo mayor,
y hasta corregirle delicadamente. Otras veces recuerdas
que él nunca pudo vivir los años que ya tienes,
e íntimamente piensas que tú estás, de algún modo,
viviéndolos por los dos; que algo en ti que es suyo
aún puede asomarse, a través de tus ojos, a estos nuevos lugares,
para él desconocidos, y ver cosas en ellos
que a ti te habrían pasado inadvertidas,
y comentarlas contigo con discreta ironía
(cómo han cambiado las cosas), en una conversación
que ocurre en un espacio muy hondo dentro de ti mismo;
un lugar que está, desde luego, mucho más allá de las palabras.

 

DECIR…

Decir
las palabras que uno diría
si estuviera desnudo,
más desnudo que la propia desnudez,
si estuviera ya muerto,
si estuviera
delante de Dios.
Las palabras que uno no se atreve a decir,
no concibe decir, pensar siquiera, porque forman
el fondo del propio pensamiento,
del propio sentimiento. Y escucharlas de boca de uno mismo,
como si fueran de otro. Y saber por fin, al escucharlas,
lo que uno en verdad piensa,
lo que de veras siente,
lo que es.
Y escuchar
el silencio de Dios, que quizá nos absuelve,
como una lluvia fresca. Y estremecerse oyéndolo.
Quizá valdría la pena
morir, sólo por eso.

 

ÚLTIMO VERSO DE VIRGILIO

La historia es conocida:
ya a punto de morir, pidió Virgilio
que le dieran su Eneida, para arrojarla al fuego.
Esas palabras son, a su manera,
como el último verso de Virgilio,
el más íntimo y fiel, el más amargo.

Quién sabe si el más bello.

 

ESE DÍA

Hoy pienso en ese día, que será como tantos
-voraz, suplementario, azul, indiferente-,
y en el que una vez más, pero ya no habrá otra,
mis ojos, mis oídos, recobrarán el mundo.

Y quizá me despierte sin sorpresa, ignorando
que es por última vez, que ya no quedan sueños;
que el tiempo, del que son formas todas las cosas,
ha decidido descartar la mía.

En mis ojos abiertos se ahogarán los pájaros,
los hombres, las estrellas, la luz que los inventa;
colérico, el futuro desgarrará su engaño

como un telón pintado, revelando el vacío.
Y mi ser, vaso inútil en manos de un enfermo,
rodará silencioso a estrellarse en la nada.

 

EL ARMA

Atemorizado desde muy joven por mil formas de daño que me superan: el horror de la muerte, del dolor físico o moral, y muchas otras maneras de amenaza, demasiado sutiles o personales para ser descritas, recuerdo haber pensado muchas veces que, si existiera un arma capaz de hacerles frente, yo estaría dispuesto a pagar un buen dinero por ella. Afortunadamente, esa arma existe y está en mi poder, recibida por herencia de un pariente lejano. Se trata de un pequeño revólver, antiguo pero todavía en buen uso; y con una sola bala.

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Dos Haiku de «Jardín de sombras», pequeño librito del que se editaron solo cuarenta ejemplares y que recoge aforismos que estaban inéditos.

José Cereijo, poeta del silencio

Yo sería
el más grande poeta
si lograra encontrar palabras que dijeran
lo que no nos dijimos.
José Cereijo

Hace falta maestría para lograr, en el arte de la música, una elevación que nos persuada de que lo que oímos puede estar a la altura del silencio. Pasa lo mismo con la poesía, que es la música de las palabras. José Cereijo es un poeta del silencio. Su obra poética contiene la maestría de pronunciar lo que está callado. El silencio, en principio, es aquello que se evoca. En el conjunto de sus versos late silenciosa la tarde en la ventana, la gloria del paisaje, la presencia de los que se fueron, la amistad de la luna y de la muerte. Se define silencioso el sabor de la melancolía, el aroma de las flores y el estado de una amistad ideal: dos personas que puedan estar juntas sin necesidad de hablarse. Cabe destacar, en el poema “Luz de marzo”, que el silencio es una forma de homenaje con respecto a lo valioso, o uno de sus haikus en donde, a través de la imagen de una jaula vacía, se define el silencio como un canto extremo e íntimo; resulta igualmente significativo que, en un poema sobre las palabras, concluya con la idea de que el silencio basta. Pero se aprecia, entre todo lo que calla, un canto al silencio de los dioses. La divinidad, si existe, se define en el poema “Caminos” como una “silenciosa gentileza”. El agnosticismo de José Cereijo sólo puede claudicar ante el silencio, que es la materia de lo divino. Podría entenderse, si se quiere adoptar un punto de vista religioso, que el silencio se identifica con la perfección de Dios, de la esencia, aquello de donde provenimos y hacia donde vamos en tanto que la vida misma, llena de ruido y de furia, es un paréntesis necesario pero defectuoso. Del mismo modo que un sacerdote consagra la vida terrenal a la búsqueda de la perfección divina, este es un poeta que dedica sus palabras a la perfección del silencio. Podemos leer su obra como el credo de un agnóstico cuyo arte, serio como un rezo, es la labor sufrida y trabajosa de un convento sin más recluso que el poeta mismo. Hay, al respecto, una descripción precisa en el poema “La casa”: “Quisiera yo tener un lugar apartado / en el que vivir, dueño de mi propio destino, / escuchando la voz honda que sólo toma / su forma en el silencio”.
La poesía de José Cereijo busca el silencio como quien busca lo sagrado, y termina alcanzando el objetivo de parecerse a lo que evoca. ¿Será por eso que, al leer sus versos, sentimos que nada falta ni sobra? ¿O que nos parezca notable que un lenguaje tan humilde pueda al mismo tiempo resultarnos tan elevado? Ser silencioso con las palabras no dista de ser sublime con la sencillez. Es mucho lo que en sus versos calla: “Calla la vieja muerte hospitalaria, / calla Dios en su cielo, / calla el amor si es hondo, y también calla, / como el dolor, el tiempo. / Para qué tus palabras, si todo lo que importa / pertenece al silencio”.

     Podemos considerar que el citado poema, cuyo apropiado título es «El silencio», resume toda su poética. Alguien podría objetar que, en esta obra, el silencio es, si bien importante, un tema principal entre los otros. En efecto, los poemas de José Cereijo hablan con particular intensidad de la muerte, del amor, del tiempo. Sin embargo debo insistir en que el silencio es un tema que define o valora a los demás. Hay poemas sobre el amor, la muerte, el tiempo, pero todo aquello existe callando, porque pertenece a lo que importa. El poeta, que con gran eficacia lírica gusta dirigirse a sí mismo con una voz en segunda persona, no deja de recordarse que su poesía es un paréntesis en medio de la perfección del silencio: “Estas palabras / las estás escribiendo para otro / que no se revela, que es sólo / el silencio que las acoge, / la íntima significación de ese silencio. / Y es una obligación / atroz, insoportable: nada / puede satisfacerle. / Y, sin embargo, sabes / bien que si algún valor / llegase a haber en ellas, / a él lo deberías: a ese silencio tenso, / riguroso, obstinado, / para el que las escribes”.

     Desde sus primeros versos José Cereijo dice que la verdad y el silencio es pedir345AF505-DD91-47E2-B3C0-1BFF7180F0F0-692-000000F65A738138 demasiado. Y, sin embargo, no hará otra cosa que pedirlo: pedirá la verdad del silencio hasta conseguir lo que desea a través de las palabras mismas con que lo pide. Cierto que lograr el silencio con las palabras nos parece una contradicción, o un imposible. Pero hablamos de poesía y no es, nuestro reino, el de lo literal, sino el de lo literario, y José Cereijo ha crecido tanto en ese reino, sin duda el suyo, que uno puede sentir, al leer sus poemas, que ha logrado este prodigio de hablar callando.

Alejandro Marzioni, Madrid, 2013.

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