Un turcomano que ha vivido tanto como para llevar una barba blanca lo sabe todo

Un turcomano que ha vivido tanto como para llevar una barba blanca lo sabe todo. Tiene una cabeza llena de sabiduría y unos ojos que han leído en el libro de la vida. Conoció el sabor de la riqueza cuando le dieron su primer camello. Conoció las miserias de la pobreza cuando se le murió el primer rebaño de ovejas. Ha visto pozos secos, de modo que sabe lo que es la desesperación, y ha visto pozos llenos de agua, de modo que sabe lo que es la alegría. Sabe que el sol da vida, pero sabe también que el sol trae la muerte, cosa de la que no es consciente ningún europeo.  Sabe lo que es la sed y lo que es la saciedad.  Sabe que cuando hace mucho calor, hay que taparse con ropa de abrigo, una pelliza y un gorro de piel de cordero, y no quedarse en carnes, como hacen los blancos. Al contrario del hombre despojado de ropa, el hombre vestido piensa. La persona desnuda puede cometer cualquier locura. Los que crearon grandes obras siempre fueron vestidos. En Sumeria y en Mesopotamia, en Sumarkanda y en Bagdad, a pesar del calor infernal, la gente siempre ha ido vestida. Se crearon allí grandes civilizaciones, desconocidas en Australia o el ecuador africano, donde la gente iba desnuda al sol. Basta leer unos capítulos de la historia del mundo para convencerse de ello.  Puede que este viejo conozca la respuesta a la gran pregunta de Shakespeare.

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Ryszard Kapuściński, en El imperio.

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